ENTRE EL AMOR Y LA MUERTE
Tomado de nuestra HEMEROTECA. Le sugerimos lea el aviso C del TABLON DE ANUNCIOS en la tabla final de esta publicación
- Autor: Tomás R. Rodríguez Díaz.
- 09.08.2019
Amigo Angel Hernández :
Lo siento de verdad pero no entiendo tu postura ni puedo darte la razón.
He de decir que me refiero a la fatídica decisión, dices que compartida con tu mujer enferma, con la que hace unos meses decidisteis poner fin a la vida de tu esposa María José, después de tantos años de matrimonio y treinta años de enfermedad.
Antes de explicarme diré que quiero manifestar mi punto de vista para que no parezca que mi silencio, junto al silencio de tantos, pueda interpretarse como que se te ha dado o te hemos dado la razón. Tampoco quiero que alguien pueda pensar que nada pueda objetarse a tan trágica e irreversible manera de proceder.
Empezaré lamentando la enorme y degradante paradoja que padecemos en el mundo occidental en el que, por un lado, se consagra en todo tipo de constituciones y grandes cuerpos normativos, el valor supremo de la vida pero después la realidad es muy otra, llegando incluso a revestir de mil supuestas bondades y razonadas sinrazones, el impune y fatal atentado contra la vida de los más débiles. ¡Qué cobardes somos!
Amigo Angel, lamento de verdad las dramáticas circunstancias que habéis tenido que vivir María José y tu, atendiéndola a ella a partir del diagnóstico de su esclerosis múltiple. Lo lamento y me duele pero a la vez, no puedo dejar de pensar que lo más valioso que tenía María José era precisamente la vida que le quitaste. Con muchas limitaciones pero vida y mi opinión personal es que sin conseguir resolver ninguno de sus graves achaques médicos y de dependencia e ignorando la maravilla que suponía aquella realidad sufriente que tenías en casa, decidiste convertirte en juez de jueces y señor de señores, sin ser ni una cosa ni la otra para, al final, dejarla tu a ella sin vida y quedarte tu sin ella y sin nada.
No quiero introducir hoy ninguna valoración penal ni convertirme en juez de tu comportamiento. Solo quiero decirte que desde que el mundo es mundo, la historia de los hombres está llena de sorprendentes diferencias físicas y diferentes destinos personales, con hijos nacidos sin algunas facultades relevantes o con minusvalías ciertas, o nacidos en continentes y países tan distintos, con hambre y sin ella, con paz o con guerra, con derechos y sin ellos, con civilización o con barbarie y, algunas veces, cosas tan opuestas conviviendo en la misma casa y hasta en la misma familia.
Está claro que, si prescindimos del sentido sobrenatural de la vida y del auténtico milagro que supone cualquiera de sus latidos, nunca comprenderemos el misterio de la adversidad y del dolor, ni la “riqueza” que, en tantas familias, supone la convivencia, los cuidados y el trato íntimo, entusiasta e incansable con otras personas con las mismas o incluso muchas más limitaciones que tu querida María José.
Tampoco doy importancia al hecho de que ella te hubiese manifestado que estaba de acuerdo contigo en que le apagases la luz, para siempre. En su error, me parece que está muy claro que ella, a ti, sí que te quería y prefirió dar su vida para conseguir liberarte de las estrecheces derivadas de su cuidado. No dudes que te quería pero aún escuchando lo que transmitió en sus últimos vídeos, es a ti a quién no comprendo. No comprendo como has podido llegar a hacerle caso después de tantos años en vuestra historia de amor, en cuyo último tramo has decidido quedarte sin sus gestos, sin sus caricias, sin sus silencios, sin su mirada, sin aquellos peculiares sonidos en voz baja que solo tu comprendías.
Nos comentas que lo que has querido es que dejase de sufrir. Qué fácil es decir tal cosa, cuando la primera percepción que no se si acabarás reprochándote es que quizás hayas sido tu quién ha querido dejar de sufrir, con el agravante de que ni tu ni yo sabemos nada de la cantidad de cosas que a María José todavía le quedaban por hacer en su vida, en la tuya y en la de tantos otros que os rodeaban admirados por el enorme cariño que, en vuestro caso, suponía la unión que María José tenía contigo “en el éxito y en el fracaso, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separase”. Terrible responsabilidad al comprobar que dicho momento acabó siendo aquel que tu decidiste cuando, era evidente, que ni la misma muerte quería tal cosa.
Conozco casos muy próximos, de chicas que por decisión personal o por la terrible e inaceptable imposición de terceros, decidieron interrumpir su embarazo y después, siguen padeciendo durante años y más años el trauma que les genera el tropezarse con las sonrisas o los primeros pasos de otros niños o la alegría y el garbo humano de otra jovencita que, calcula ella, “casi tiene hoy la misma edad que tendría aquella hija mía a la que nunca vi crecer”… No dudes amigo Angel que también a ti se te ocurrirán mil cosas.
Perdóname estas líneas y el dolor que pueda suponer para ti el seguir removiendo tantos recuerdos. Perdóname pero, admitirás que en tus relaciones con los más próximos e incluso a nivel mediático, son muy pocos los que te dirán la verdad. Es mucho más fácil felicitarte y hacerte creer que eres un hombre genial, prototipo de los hombres fuertes que, según algunos, necesita esta sociedad para conseguir liberarla de sus atavismos ¡ Por favor no te creas tal cosa !.
También me hubiese gustado oirte y acompañar tus quejas en voz alta y tus reclamaciones al Estado y a los responsables de desarrollar la Ley de Dependencia para que, de inmediato, sea posible amortiguar las carencias ciertas que padecen tantas familias entre las que estaba la vuestra. Por mi parte sigo manteniendo que es tan legítimo continuar con esa reclamación, como absurdo quitar la vida a María José para conseguir que así, por fin, pueda vivir en paz. ¡ Matarla para que pueda vivir…! ¡Nos estamos volviendo locos !.
Sin ningún rencor pero con mucha pena te aseguro que al oir tus palabras en televisión, he rezado por María José y por ti y he pedido perdón a Dios, en el que creo, por haberte atrevido a truncar su vida y haber caído en aquel error que lo único que ha conseguido es que te hayas quedado “sin sus gestos, sin sus caricias, sin sus silencios, sin sus miradas y sin aquellos peculiares sonidos en voz baja que solo tu comprendías”.
No te oculto que en un caso distinto pero muy parecido, prefiero quedarme con los versos de nuestro discutible e ilustre LOPE DE VEGA, quien ante el inevitable fallecimiento de su última amada Doña Marta de Nevares Santoyo, (1591-1632), ante la ceguera incurable de sus preciosos ojos verdes y ante su progresiva e irremediable locura, cuidándola con todo sacrificio hasta el fin de sus dias, con todo cariño y ninguna esperanza, nos dejó como ardiente suspiro de corazón enamorado hacia su amada enferma, aquellos versos sublimes en su égloga “De Amarilis”:
Solo la escucho yo. Solo, la adoro
y de lo que padece, me enamoro.

(MADRID: 1562 – 1635)
Querido Angel, aunque no nos conocemos y tampoco tuve la ocasión de conocer a María José, me pongo a tu disposición para lo que quieras. Te saluda:
Tomás R. Rodríguez Díaz.
VIGO.
(Fotografía Nº 1: CARLOS ROSILLO. Diario El Pais: 08.04.2019)